El sol es beneficioso y necesario para que los
niños estimulen la síntesis de vitamina D, favorece la circulación sanguínea y
actúa en el tratamiento de algunos problemas de la piel. Pero es importante
saber dónde está el límite. Los bebés y niños pequeños son los más vulnerables
a los efectos del calor intenso. Su piel es más delicada que la de un
adulto y una sobre-exposición puede ocasionarles patologías en la
piel y problemas de salud como gastroenteritis, quemaduras, deshidratación, golpes de
calor, insolación,
agotamiento… A continuación os
dejamos con las más comunes y os damos algunos consejos sobre cómo prevenirlas
y combatirlas.
- Gastroenteritis:
Es un cuadro gastrointestinal producido más frecuentemente por virus. Con el calor, el crecimiento y reproducción de los virus y bacterias es mayor, ya que les encantan las altas temperaturas, con lo cual, durante el verano, los niños son más susceptibles a la gastroenteritis. Las altas temperaturas, muchas veces, rompen la cadena del frío y los alimentos se pueden dañar fácilmente, favoreciendo el crecimiento de microorganismos (especialmente
en los lácteos).
Frente al dolor abdominal constante,
vómitos de contenido alimentario, evacuaciones liquidas frecuentes y meteorismo
abundante, por lo general, es muy importante mantener a los niños hidratados.
- Insolación y quemaduras en la piel:
La protección solar en niños es clave
cada verano. La exposición
prolongada al sol, en piscinas o playas, con ausencia de bronceador puede
irritar la piel, enrojecerla e, incluso, provocar ampollas por quemaduras de
primer o segundo grado. No hay que exponerse al sol sin protección solar,
aplicándola cada dos horas. Es preferible evitar el sol en las horas centrales
del día, de 11 a 16 h, usar ropa ligera y tomar agua abundante.
Para proteger la piel de los niños debemos
aplicarle protector solar no solo cuando vayamos a la playa. Una
protección de SPF 15 es siempre bienvenida para una piel infantil. Los
expertos aseguran que aplicar protector habitualmente puede llegar a reducir
hasta un 78% el riesgo de padecer un cáncer de piel. El nivel de protección
varía dependiendo de las características personales de cada niño. Si su
piel es muy pálida, no dudes es aumentar la protección.
Los foto protectores se han de aplicar unos 30 minutos
antes de salir de casa y, aunque sean resistentes al agua, renovarlos cada
dos horas aproximadamente. Por supuesto, no olvides el resto de
precauciones como sombreritos, gorras y gafas de sol. Tras una jornada de
sol, aplicamos cremas calmantes igual que lo haríamos con la piel
adulta.
- Deshidratación:
Durante la época de verano generamos una
pérdida de líquidos mayor de lo habitual, produciendo muchas veces cuadros
de deshidratación ocasionados por el sol inclemente, las altas temperaturas o
la práctica de deportes al aire libre.
La prevención consiste en tomar más
líquidos de lo habitual (preferiblemente agua) durante todo el día y
evitar los golpes de calor, colocándose frecuentemente a la sombra.
- Agotamiento por calor:
De hecho, según los expertos, el agotamiento
por calor es el paso previo al golpe de calor: si detectamos el primero,
podremos actuar y evitar la insolación, que ya presenta un cuadro más grave. Los
principales signos que nos indican que un niño puede tener agotamiento por
calor son: piel fresca y húmeda, pulso rápido y débil, respiración acelerada y poco profunda, orina turbia o dolor de
cabeza.
En las horas de calor intenso, siempre hay que
evitar una exposición prolongada al sol e intentar que el cuerpo esté en un
ambiente fresco e hidratado para que no suba nuestra temperatura, ni la de los
niños, en exceso. Para combatir el agotamiento hay que colocar al niño a la
sombra, refrescándolo con un ventilador o abanicándolo, aplicando paños
templados o agua fresca en cuello, ingles, axilas... También se le
puede ofrecer líquidos frescos, no excesivamente fríos, para rehidratar.
- Faringoamigdalitis:
La faringoamigdalitis s un proceso
inflamatorio de la faringe y las amígdalas, casi siempre de origen viral,
posterior a cuadros de gripe o resfriados. En la época del verano es más frecuente
que sea por causa bacteriana, produciendo fiebre en los niños, gran
malestar, decaimiento, fuerte irritación y dolor a nivel de la faringe.
Las placas de pus a nivel de las
amígdalas son características de esta enfermedad, que se trata con el uso de antibióticos
y analgésicos antipiréticos, indicados por el pediatra.
- Otitis externas:
También llamadas otitis de las
piscinas, son una inflamación del conducto auditivo externo que puede llegar
hasta la membrana timpánica. Suele estar causada por el agua contaminada de las
piscinas y, en ocasiones, del agua de la playa, que se deposita en el conducto
externo del oído y facilita el crecimiento de las bacterias y de los hongos,
produciendo un proceso infeccioso importante.
Cuando se padece, los niños suelen
manifestar un constante dolor de oído, que aumenta de intensidad al tocarles
la oreja. También puede ocasionar dolor de cabeza, raramente fiebre o
expulsión de un líquido claro y purulento a través del conducto.
La otitis se trata con el uso
de antibióticos y analgésicos, indicados por el pediatra, pero lo más
importante la prevención para evitar recaídas o posteriores otitis más severas.
Las medidas preventivas más frecuentes son el uso de tapones de silicona o
gotas de glicerina, antes de entrar al agua, gorro que tape las orejas, evitar
zambullidas de cabeza, no permanecer mucho tiempo debajo del agua.
Algo sumamente importante es mantener
los oídos con buena higiene, secándolos bien al salir del agua, sin recurrir a
los bastoncillos de algodón, para no lesionar el conducto ni formar tapones de
cera que puedan producir la disminución de la agudeza auditiva.
- Conjuntivitis:
Si aprecia el ojo muy irritado
(rojo), inflamado, con o sin exudado purulento (legañas) y lagrimeo, puede que
su hijo padezca conjuntivitis. La conjuntiva es la membrana que
recubre la parte anterior del ojo y la parte interna de los párpados. Esta, puede
inflamarse por diversas causas: polvo, polen, arena de playa, humo, cloro de
las piscinas, la sal de la playa, el pelo de animales o microorganismos del
ambiente.
El tratamiento debe ser indicado por
el pediatra, quien hará una referencia al oftalmólogo de acuerdo a la severidad
del caso y puede recomendar el uso de lentes de sol con protector solar.
Fuentes:
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