Desde los más niños a los no tan peques,
todos disfrutan con la celebración del carnaval, una de las fiestas más
populares y queridas que se celebra habitualmente en febrero, tres días
antes de la Cuaresma. Durante ese día, los disfraces llenan las calles de color
y de alegría, en un evento donde las formalidades y las normas dejan paso
al caos y a la diversión.
El origen del carnaval, tal
y como lo conocemos actualmente, se remonta al Imperio Romano, ya que está
relacionado con “las Saturnales”, unas festividades realizadas para
venerar al dios Saturno, aunque también podríamos situarlo en Grecia, donde
se celebraban festejos similares en honor a Dionisio, en forma de grandes
procesiones y representaciones de teatro que reunían a toda la población.
Todas estas celebraciones eran
paganas y se celebraban en febrero, una época de transición del invierno a la
primavera en la que tenían lugar ritos de purificación. En este caso, los
griegos celebraban la abundancia de la tierra con banquetes, bailes y vestidos
con ropas y máscaras que personificaban a Dionisio.
Con la expansión del
cristianismo, en la Edad Media, fue cuando la fiesta tomó el nombre de
carnaval, o “carnem levare”, que significa “quitar la carne”. Un periodo de
abstinencia y ayuno. Por ello, los días anteriores al miércoles de ceniza,
fecha de comienzo de la Cuaresma, tenía lugar una celebración donde
todo estaba permitido, en la que, para salvaguardar el anonimato, la gente se
cubría el rostro o iba disfrazada.
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